La tragedia del «Retuerto» sale a flote
2009 / 02 / 11
Los marineros de la bocana del Nalón no olvidan el naufragio del buque, hace 82 años, uno de los mayores dramas vividos en el Cantábrico y en el que murieron 16 personas
Los marineros de la bocana del Nalón no olvidan. Imposible borrar de la memoria la tragedia del Retuerto, el buque que se hundió hace 82 años en el puerto de San Esteban (Muros de Nalón). En el naufragio murieron 16 personas. Un ancla vieja y solitaria en la playa de Los Quebrantos (Soto del Barco), rescatada del barco, mantiene viva la historia.
Corroída por el paso del tiempo, una vieja ancla reposa en las inmediaciones de la playa de Los Quebrantos (San Juan de la Arena, Soto del Barco), despojada de identidad alguna. Cada día decenas de personas pasean junto a ella ajenas por completo a cuál fue la razón que la llevó a acabar sus días en el bajo Nalón. Este derrelicto del pasado está unido a una trágica historia, uno de los peores accidentes marítimos que se recuerdan en el Cantábrico. Hace justo 82 años, el lunes 24 de enero de 1927, el destino quiso que esta áncora y el buque Retuerto -al que pertenecía- acabaran su andadura naufragando al oeste de la barra del puerto de San Esteban de Pravia, apenas a cuarenta metros de la orilla, llevándose consigo la vida de dieciséis marineros.
Aquel día la mar se había despertado un poco más revuelta de lo habitual. El Retuerto, un vapor construido en 1877 y perteneciente a la naviera donostiarra Urreiztieta, permanecía amarrado desde hacía dos días en el puerto de Avilés a la espera de que la furia cantábrica amainase tras realizar un intento infructuoso para tomar tierra en San Esteban, donde tenía que cargar sus bodegas de carbón para Bilbao. Su capitán Eduardo Urain, vizcaíno de nacimiento y casado con una gijonesa, había realizado en más de una ocasión esta travesía que se disponía a iniciar de nuevo, a pesar de la rompiente de las olas.
En vistas de la intensa marejada, los prácticos de San Esteban enviaron un telegrama al capitán del Retuerto para que desistiera en su empeño de hacerse a la mar. Cuando ese aviso llegó a Avilés ya había transcurrido media hora desde que el vapor marchara del muelle, iniciándose de este modo el camino hacía la tragedia. Serían las cinco de la tarde cuando el vigía del puerto Tomás Calvo vio al buque presentarse. A pesar de indicar a Urain que el puerto estaba cerrado, el Retuerto enfiló adecuadamente la bocana de la ría recibiendo las oportunas señales de orientación.
Fue entonces cuando el buque aminoró su marcha mientras desde tierra, el vigía y los prácticos contemplaban atónitos cómo el Retuerto se disponía de nuevo a iniciar la maniobra de entrada. Rectificando la dirección, enfiló la barra y viró a poca distancia de donde el mar rompía, tomando dirección Este. Eduardo Urain intentó la maniobra por tercera vez. El buque se acercaba peligrosamente a la barra, pero al llegar a poca distancia de ésta y al ver romper el oleaje con más furia, el Retuerto cerró el timón a estribor. Justo en plena ciaboga un fuerte golpe de mar lanzó a la embarcación contra las rocas quedando varado sobre el El Cáncamo, en las proximidades de la playa del Garruncho.
Desde la barra, vecinos y operarios del puerto contemplaban horrorizados cómo sobre la cubierta del buque toda la tripulación luchaba por salvar la vida, mientras desde el puente el capitán dirigía las labores. A pesar de que el oleaje impedía acercarse al barco, varios botes del puerto y vaporas de La Arena intentaron, sin éxito, prestar auxilio a los tripulantes. La marejada se intensificaba por momentos y una enorme ola golpeó al buque partiéndolo en dos. El palo mayor cayó matando al fogonero e inutilizando uno de los botes salvavidas. En tierra, un gran gentío armado con un cañón lanzacabos intentaba prestar ayuda, pero las cuerdas eran cortas y el cáñamo que las constituía se rompía con facilidad.
Mientras el mar trituraba al barco, el contramaestre Diego Santiago y el marmitón José Liquerica consiguieron echar un bote al agua y separarse de la costa. El vapor Arnao, perteneciente a la Real Compañía Asturiana, que saliera a su socorro desde Avilés, conseguía rescatarlos dos horas después. De vuelta en San Esteban, la mayoría de los marineros se lanzaban desesperados a las turbulentas aguas. Tan sólo uno, Edelmiro Lago, lograría alcanzar la orilla extenuado tras luchar contra la corriente.
En el suceso perecieron dieciséis de los veintiún marineros que constituían la tripulación. El ayudante de máquinas José Domínguez se había librado del siniestro gracias a un permiso para ver a su novia. No obstante, vio cómo apenas a pocos metros sus compañeros perdían la vida engullidos por las aguas. El quinto superviviente fue el mayordomo Cesáreo Villanueva, que salvó su vida al viajar a Gijón para examinarse de patrón. Curiosamente, la lista de salvados no concluiría ahí. Al día siguiente, varios vecinos pudieron observar como la mascota del barco, una perra llamada Tula permanecía con vida sobre unas rocas.
Pasaron los años y durante la década de los sesenta el submarinista José María Peláez Prieto, Peltó, adquirió los restos del buque. En 1965 buceé en el "Retuerto" mientras realizaba trabajos en la ría de Avilés. Trabajaba en el pecio extrayendo chatarra, comenta Peltó, y añade que junto a su hermano localizó el eje de cola del buque y varias toneladas de chapa. Finalmente las obras del puerto de Bilbao obligaron a que Peltó abandónase las inmersiones en el Retuerto.
Durante la ampliación de la barra en los noventa, un grupo de buzos localizó el ancla del Retuerto y desde entonces descansa en La Arena. Apenas se conservan restos del buque en el fondo del mar y nada recuerda este accidente, ni siquiera permanece en la memoria de la mayoría de los habitantes de la zona. Se debería hacer con el ancla un monumento en el que se reflejaran los nombres de todos los marineros que dieron su vida en esta tragedia, la mayor del puerto de San Esteban, concluye Peltó.
Fuente:LNE;Ignacio PULIDO