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43º33’17.80”N 6º05’3.79”W

Prototipo de villa asentada en la rasa costera

2010 / 09 / 01

Muros de Nalón se enfrenta al reto de subirse al imparable tren de la modernidad sin perder su alma atlántica, sin arruinar el agradable paisaje modelado en el último siglo

Muros es villa extensa, adaptada a las formas caprichosas de la rasa costera, entre los meandros de la ría del Nalón y el veril acantilado y las playas del norte del concejo, desde el Espíritu Santo y La Atalaya hasta punta Cazonera, Las Llanas y Aguilar. Ría y mar delimitan un concejo escueto, que reparte su población entre la propia Muros, que ocupa de forma poco compacta la rasa, y San Esteban, puerto de ría, con su caserío agrupado sobre los muelles. Villa de rasa y villa portuaria forman un binomio que encontramos en muchos concejos litorales asturianos.

La rasa extiende hacia el mar sus formas llanas y elevadas, recortadas en facetas por las vallotas, profundos surcos tajados en la plataforma costera que individualizan barrios y lugares y que a modo de canalones conducen de la rasa al mar. Se forma así el escenario natural para una villa de película, construida por un director colectivo a lo largo de un dilatado período, que dejó su impronta en un plano hecho a sí mismo, sin apenas regularidades ni concesiones, salvo las viviendas construidas en el último medio siglo que no llegan a romper la identidad del conjunto. Un paisaje de gran belleza en la integración del caserío y la villa con el medio costero. Quizá una de la más bellas localidades de Asturias, lo que es mucho. Su alma atlántica, dispersa, individualista, sensible al detalle y a la luz matizada, es comparable, sin menoscabo para Muros, a las mejores localidades atlánticas de más tradición en la vida buena y el paisaje sofisticado, ya sean francesas como Osegor o la isla de Ré, o norteamericanas, como las pequeñas localidades costeras de Maine, Massachussets o Vermont.

Como en esas otras villas atlánticas, Muros ha ido haciéndose por la aportación de generaciones de vecinos ilustrados por el viaje y el comercio, que después de tanta aventura comprendieron el valor de su tierra y reconstruyeron su medio a la medida de las capacidades de ambos. El resultado lo apreciamos hoy por su belleza. Por el dédalo de caminos que conducen a edificaciones de escala ajustada, construcción individual y proporciones contenidas, que aterran a ordenancistas promotores de urbanizaciones de nuevo cuño y uniformidades dominantes en el desarrollo de los núcleos urbanos. Muros es una villa para que el viajero se pierda, sin prisa, y vaya descubriendo su paisaje urbano y su historia, sus recodos y sus gentes, que forman un todo coherente y de alta calidad, donde es bello el vivir.

La plaza marca el centro, con su aire decimonónico y sus edificios tradicionales, y una leve concentración del poblamiento, que se resuelve a partir de ella en una estructura laxa que tiende a ocupar los espacios llanos de la rasa, sin formar grandes agrupaciones, salvo las edificaciones colectivas y alguna urbanización reciente.

Entre la ría y el mar, entre la rasa y la costa, Muros participa de ambas y, como primera villa del país transnaloniano, duda en cómo incorporarse al mundo moderno, a las nuevas actividades, a las nuevas funciones que la proximidad metropolitana le ofrece. Entre tanto, continúa perdiendo residentes al ritmo del envejecimiento de la población. De los ya menos de 2.000 del concejo, más de 1.300 viven en la parroquia de Muros; poco más de 400, en el centro; el resto, en Villar, Reborio, La Pumariega y Era, que más son hoy barrios de la villa que localidades diferenciadas. También en Somao, muy vinculado a la villa, aunque perteneciente al concejo de Pravia, que aporta su inconfundible perfil indiano y prolonga la villa hacia el Sur.

La situación actual no es sostenible, si se quiere continuar con la vitalidad necesaria para componer una villa dinámica y activa. La finalización de las comunicaciones modernas apoyaría estos procesos ayudando a ver, a propios y foráneos, las posibilidades de la villa, sin los inconvenientes, aglomeraciones de automóviles y obstáculos actuales, mantenidos durante excesivo tiempo.

Muros plantea el reto, además, de cómo abordar el futuro crecimiento urbano sin modificar negativamente la estructura y el paisaje tradicional, tan singulares como nos recuerdan los numerosos miradores existentes, en el concejo y en sus proximidades: La Peñona, Monteagudo, La Atalaya, Espíritu Santo, Las Llanas. Entorno singular e irrepetible que merecería un mayor interés a la hora de plantearse cuál puede ser la manera mejor de integrar este territorio en el futuro de la región. La función residencial y las actividades náuticas y turísticas abren posibilidades de un futuro más vivo, pero habría que poner en juego una mayor iniciativa de la población local, hoy sumida en la languidez, y una mayor capacidad para sumar nuevos residentes con iniciativa. En cualquier caso, la opinión pública reconocerá que una villa que tenga una playa como la de Aguilar no puede mirar al futuro con pesimismo.

Muros -en la imagen- se extiende desde la plaza central como los brazos de una estrella de mar, sobre los retazos de la rasa costera, entre la ría del Nalón -al fondo- y los acantilados y playas. Verde de prados y bosques, y azul de Nalón y mar, con edificaciones inmersas en el paisaje como si formaran parte de él desde siempre. Una villa hermosa, lánguida, con sobrados activos paisajísticos, que busca una forma de integrarse en la modernidad sin sufrir demasiado en el proceso.

La Nueva España

FERMÍN RODRÍGUEZ / RAFAEL MENÉNDEZ

CENTRO DE COOPERACIÓN Y DESARROLLO TERRITORIAL (CECODET)

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Imágenes

Prototipo de villa asentada en la rasa costera