El último tren
2010 / 09 / 05
El viejo puerto carbonero de la ría del Nalón añora las oportunidades perdidas durante los últimos 40 años y fía las esperanzas de futuro a sus privilegiadas condiciones de desarrollo por tierra, mar y aire
El rótulo de proa informa de que el barco se llama Dragos Uno, pero durante su estancia en San Esteban de Pravia, donde estos días trabaja dragando el canal de acceso al puerto, bien podría cambiar su nombre por el de Penélope, pues al igual que la mujer de Ulises destejía por la noche lo que había cosido por el día, el Nalón, según los lugareños, repone en pocos días el sedimento que la draga absorbe con su chupona. De ese modo, el problema del calado en la entrada a la ría del Nalón sigue siendo hoy, como lo era en el siglo XIX y como lo fue durante el siglo XX, motivo de polémica y controversia en las localidades ribereñas y un quebradero de cabeza para quienes navegan por la zona. Éste parece ser el sino de San Esteban de Pravia: darle vueltas y más vueltas a las cosas hasta que el bucle cobra tintes absurdos.
Mientras la Dragos Uno rasca al mediodía el lecho de la desembocadura del mayor río asturiano para devolverle los cuatro metros de calado que mal que bien garantizan una navegación segura por la zona, en el espigón de la barra un grupo de pescadores que dicen haberse levantado a las 5 de la mañana no pierde la moral pese a que está llegando la hora de comer y todavía no se han estrenado. La riadona de junio acabó con casi todos los alevines y los peces grandes, al no haber comida, van a cebar a otros sitios, explica Javier Paíno.
-Entonces, si no hay peces, ¿por qué están aquí?
-Hombre, es la costumbre... y de vez en cuando alguno pica.
Esa misma filosofía, a la que la sabiduría popular bautizó como la fe del carbonero -la incuestionada e incuestionable, la espontánea, la natural y sencilla, la que no entiende de razones, ni falta que le hace-, es aplicable al paréntesis vital en el que está inmersa San Esteban de Pravia, una localidad que aún da síntomas de hallarse en estado de shock por la desaparición a comienzos de la década de los años setenta de lo que fue durante casi todo el siglo XX un modus vivendi privilegiado: el puerto carbonero. O sea, hay confianza ciega en el potencial del pueblo, por más que las evidencias no hagan concebir esperanzas a corto plazo. Claro que, como dijo Miguel de Unamuno, una fe que no duda es un fe muerta; eso podría explicar que algunos no se limiten a esperar acontecimientos y hagan preguntas en voz alta. Y de ellas, la más frecuente es: ¿por qué San Esteban, con las buenas condiciones que reúne, no despunta?
No es fácil hallar una respuesta unánime a la pregunta del millón, pero sí encontrar supuestos culpables del inmovilismo que atenaza a San Esteban de Pravia: Los políticos, los de aquí, los de Oviedo y los de Madrid, señala el periodista y coeditor de la publicación murense trimestral La Ilustración Asturiana Xuan Cándano. La falta de peso político derivada del hecho de ser un pueblo pequeño para el que nadie mira, opina el ingeniero y profesor de Secundaria Carlos Ibarguren.
La cuestión no es nueva, ni mucho menos. San Esteban de Pravia fue la beneficiaria de una revolución industrial que convirtió su muelle pesquero en la puerta de salida del carbón asturiano hacia Vizcaya; las locomotoras del Vasco-Asturiano llegaron a la margen izquierda de la desembocadura del Nalón en los albores del siglo XX transformando una pequeña villa marinera en un foco de riqueza ligado al tráfico de mineral. El carbón bajaba de las cuencas del Nalón y del Caudal y se cargaba en barcos que lo llevaban para Bilbao. El ferrocarril simbolizó el progreso. La ironía es que, con el correr del tiempo, San Esteban se acabó especializando en perder trenes, y de aquellos polvos...
El primer tren que dejó en tierra a San Esteban de Pravia fue el del propio tráfico de carbón. Fue ley de vida, algo inevitable, cuentan quienes, como Severino Fidalgo, presidente de la asociación de vecinos de la localidad, vivieron aquel triste episodio. Otros puertos con mejores condiciones de navegación -El Musel, incluso Avilés- y el desarrollo de comunicaciones terrestres como la Carretera Carbonera entre Langreo y Gijón dejaron a San Esteban de Pravia en fuera de juego.
El segundo tren que pasó de largo fue Puerto Norte, aquel macroproyecto presentado por el Gobierno autonómico de Juan Luis Rodríguez-Vigil como revulsivo para la ría del Nalón y que, salvo contadas excepciones, nadie considera cumplido, ni en términos de infraestructuras anunciadas ni, mucho menos, en cuanto al logro de sus ambiciosos objetivos económicos.
La tercera locomotora que no se detuvo en San Esteban fue la de los fondos mineros, asunto que aún escuece en el ánimo de los vecinos. ¿Cómo es posible que la ría del Nalón, es decir, los concejos de Muros de Nalón y Soto del Barco, receptores durante décadas de los residuos del lavado del carbón, se quedasen fuera de los fondos mineros? ¿Dónde mejor que aquí, que hubo un puerto carbonero, se cumplían los objetivos para los que fueron creados los fondos mineros?, se pregunta Severino Zapico.
Cuarenta años, en suma, los que van desde el colapso del puerto carbonero a hoy, abandonada a su suerte. Así se siente, según Cándano, San Esteban de Pravia. Severino Zapico matiza este capítulo reciente de la historia de la localidad: Con la pérdida definitiva de actividad portuaria, lo cual puede fecharse aproximadamente en 1970, San Esteban entró en crisis. No ayudó el hecho de que el puerto siguiera dependiendo del Estado al menos durante diez años, hasta el traspaso de competencias al Principado. Y no ayudó porque a Madrid, en aquellos años, lo que pasaba aquí le importaba más bien poco, relata el dirigente vecinal e historiador de la localidad.
Cuando asumió las competencias portuarias, el Principado se vio que las inversiones necesarias para sanear la ría, para acondicionar el puerto a nuevos usos y para revitalizar la economía local eran ingentes. Las esperanzas se depositaron en Puerto Norte, del que, como se ha dicho, hay opiniones para todos los gustos. Ahí están la piscina de agua salada, los dragados periódicos de la ría, la reciente retirada de los lodos de la dársena -una obra en la que se han gastado 2,8 millones de euros-, la renovación de la fachada litoral, la conservación del patrimonio portuario, el incipiente puerto deportivo..., relata Zapico a modo de justificación de los logros de Puerto Norte.
Puerto Norte fue un timo, como lo es el proyecto de construcción de una pasarela entre San Esteban y La Arena, de la que sólo se habla cada vez que se acercan las elecciones. El comportamiento de las instituciones con San Esteban de Pravia es de absoluta inhibición y falta de responsabilidad, y así nos va, critica Jorge Ábalo, presidente del Club Náutico Ría del Nalón, con base en San Esteban de Pravia.
No hay proyectos, no hay ideas y no hay implicación política. A San Esteban, pese a sus indudables condiciones de desarrollo por tierra, mar y aire, se la ha dejado morir, y fruto de eso es la desmoralización latente en la población. Nuestro fracaso como pueblo es el paradigma del fracaso del bajo Nalón y, por extensión, de Asturias: llegó el capital extranjero, explotó a su conveniencia los recursos del territorio y cuando esas actividades cesaron no supimos salir adelante, añade Xuan Cándano.
El profesor Carlos Ibarguren tiene una curiosa teoría según la cual en una de las mayores virtudes de San Esteban radica precisamente su principal defecto: El hecho de haber sido durante casi un siglo una localidad portuaria modeló una sociedad abierta, de mentalidad cosmopolita, tolerante en extremo. Esa gran receptividad a todo lo externo, lo bueno y lo malo, fue la que nos impidió, probablemente, negarnos con la suficiente rotundidad a que San Esteban fuera el sitio de Asturias adonde vino a parar todo lo que no se quería en otros lugares -empezando por la estación de transferencia de basuras de Cogersa- y lo que hizo pensar a los responsables políticos que podrían maltratarnos en términos de inversión, pues las quejas apenas serían audibles.
El desarrollo de la náutica deportiva y recreativa en el puerto de San Esteban, según el punto de vista del equipo de gobierno de Muros de Nalón, debe venir acompañado de un desembarco de la iniciativa privada.
Muchos vecinos se conformarían con que las autoridades competentes adecentasen la entrada a la localidad por La Junquera, que ofrece un aspecto de abandono impropio de una localidad que aspira a ser destino turístico. En el mismo paquete reivindicativo se puede meter el acceso desde La Pumariega (Muros de Nalón).
Una sola tienda abastece de los productos básicos a los vecinos de San Esteban tras el cierre del supermercado de una conocida cadena de alimentación. El hecho de tener que desplazarse a Pravia, Muros de Nalón o Avilés para adquirir artículos que en cualquier otro pueblo asturiano son fáciles de conseguir disgusta a los residentes en San Esteban, que echan de menos una oferta comercial más amplia.
A falta de la pasarela que el Principado propuso construir para comunicar las dos orillas de la desembocadura del Nalón, la idea de recuperar la barca que iba y venía entre San Esteban y La Arena cobra fuerza. En contra de la misma juega la frustrada experiencia de hace unos años.
La falta de carteles turísticos informativos limita, según los vecinos, las alternativas de paseo de los visitantes.
Un grupo de jóvenes animosos de San Esteban de Pravia se propone recuperar la tradicional jira veraniega a la ermita del Espíritu Santo, en su día concebida como colofón de las fiestas patronales del Carmen.
La iniciativa de varios comerciantes de la zona de organizar un mercado popular de verano -pensado para aprovechar la mayor presencia de turistas- ha calado, según se desprende de los resultados de la segunda edición, celebrada este año. Ahora toca consolidarlo en ediciones futuras.
El negro del carbón ha dado paso al blanco de las embarcaciones deportivas
Pero inquietudes por el rumbo del pueblo las hubo, y las hay. Ahí es donde aflora la fe del carbonero, ese punto de orgullo localista que lleva a los vecinos de San Esteban a dejar claro que existen y que tienen inquietudes. Tan es así que el movimiento asociativo local hunde sus raíces en la década de los años setenta y, a diferencia de otras localidades, sigue muy vivo. Para una población de apenas 800 personas, la asociación vecinal -fundada hace casi cuarenta años- tiene 360 miembros; la asociación de mujeres El Espigón, que preside Marisol Suárez-Cartavio, 128; el hogar del jubilado, que preside Modesto Gallego, Tino, 116 asociados, y el club náutico roza los 200. Aparte existe un colectivo de intereses culturales, El Batolito, ahora en proceso de cambio de denominación, que reúne también a unas decenas de incondicionales. Es decir, lo que abundan en San Esteban son plataformas desde las que expresar o encauzar las inquietudes cívicas.
Xuan Cándano vincula esa riqueza asociativa con el punto de inflexión que supuso para San Esteban de Pravia tomar conciencia, allá por la década de los años ochenta del pasado siglo, de que nadie vendría a sacar las castañas del fuego a una localidad que, literalmente, se hundía en los fangos del Nalón. Los orígenes del movimiento vecinal en los años setenta fueron semiclandestinos y su continuidad en los años ochenta desembocaron en la plataforma antifango, que se llamó así porque su objetivo prioritario era el saneamiento de la ría y la dársena, por entonces una verdadera cloaca tras años sin mantenimiento, relata Xuan Cándano, quien vivió en primera persona aquellos convulsos años en los que San Esteban de Pravia llegó a ser noticia nacional tras pedir su anexión a Madrid, dado el maltrato que recibía de las autoridades asturianas.
El malestar vecinal fue el germen, ya en los años noventa, de la agrupación denominada Iniciativa Cívica Independiente (ICI), antecedente de lo que acabó siendo un partido político con todas las de la ley: Cambio Siglo XXI, la actual oposición al gobierno local. Así fue como el clamor ciudadano brotado en San Esteban de Pravia llegó a obtener hasta escaños en la Corporación.
Pese al eclipse que vive la localidad en los últimos cuarenta años, la luz comienza a colarse por las rendijas del viejo puerto. Las innegables mejoras de los últimos años -saneamiento de la ría y las dotaciones para la náutica deportiva- hacen posible hoy una imagen antes insólita: veleros navegando en el estuario, del que los expertos dicen que reúne, dado su extensión y carácter abrigado, condiciones excepcionales para la vela. El atractivo que supone la recuperación del patrimonio portuario -grúas, edificios, explanadas y cargaderos- y la próxima apertura de un centro de interpretación animan cada año a más turistas a visitar la localidad, incluso a alojarse en ella.
Y al calor de los turistas, florecen establecimientos para atenderlos, caso del albergue juvenil ubicado muy cerca de la antigua sede de la Junta de Obras del Puerto o el restaurante Puerto Norte, abierto hace menos de un año con marchamo de alta cocina para completar la atractiva oferta gastronómica de la localidad. Juani Rigoreau y Macarena Valle, las dos socias que eligieron San Esteban para su aventura empresarial, aseguran que la respuesta del público ha sido favorable y no dudan de que la localidad tiene potencial, siempre y cuando los proyectos de mejora de los que se habla, caso de la pasarela del Nalón, se hagan realidad.
Turismo al margen, la segunda tierra de promisión en la que ponen sus esperanzas los vecinos de San Esteban es La Junquera, el gran arrabal que se extiende aguas arriba del Nalón. El objetivo municipal es urbanizar ese espacio para usos industriales y residenciales, vieja aspiración que vuelve a cobrar visos de ser llevada a cabo una vez que el Ayuntamiento ha conseguido soslayar los impedimentos técnicos que frenaban los planes urbanísticos para la zona y que tenían que ver con el supuesto carácter inundable de la misma.
De momento, y a expensas de lo que le depare el futuro, La Junquera es una mala carta de presentación para San Esteban: el exceso de maleza y los pavimentos destrozados denotan falta de mantenimiento, de tres astilleros que llegaron a funcionar en el lugar sólo sigue abierto uno, un par de talleres de náutica y electricidad tratan de mantenerse a flote en el agitado mar de la crisis, las chatarras se hacinan por doquier y el campo de fútbol está cerrado por falta de equipo. Encajonados en ese caótico puzle habitan los inquilinos del poblado construido hace dos décadas como solución provisional para los chabolistas del concejo e inmediaciones.
Y en estas paradojas anda San Esteban de Pravia, una realidad frustrante que oculta la existencia de posibilidades ilusionantes; esperando que, de una vez, los trenes paren en su estación y no le pase como a los pescadores de la barra, cuyas nasas siguen vacías al acabar la jornada.
Fuente: La Nueva España
FRANCISCO L. JIMÉNEZ SAN ESTEBAN DE PRAVIA